¿Quién no ha sentido el deseo de mejorar su rendimiento? ¿Quién no ha escuchado un discurso sobre lo importante que es el esfuerzo en este mundo?
Antes de nacer ya se espera de nosotros que seamos alguien
en la vida, antes de nacer ya esperan unos logros. De pequeños ya crecemos
acostumbrados a pasar por constantes evaluaciones y correcciones, por ejemplo,
en casa y en el colegio. Al crecer siguen las críticas y las recompensas y
puede llegar el día en que la presión de rendir más y mejor no venga solo del
exterior, si no de nosotros mismos. Uno al final aprende que, para tener la
aprobación del entorno, debe conseguir unos mínimos y pobre de nosotros cometer
errores. Y esto es un hecho, cuando somos adultos también se nos demandan
unos estándares que cumplir, y si podemos sobrepasarlos es como nuestra
obligación hacerlo.
No obstante, también disfrutamos y sentimos una satisfacción
personal inmensa cuando superamos verdaderos retos. ¿Eso es malo? ¿Es el deseo
de superación, de incrementar el rendimiento, de crecer laboralmente, de
cumplir estándares nobles, un problema de perfeccionismo? Veámoslo.
El perfeccionismo se puede definir como una disposición a
tratar aquello que no es perfecto como algo totalmente inaceptable.
Hablamos de perfeccionismo cuando los estándares se ven completamente alejados
de la razón, o sencillamente no son alcanzables, y la persona actúa
compulsivamente, para lograr esas metas imposibles.
Existen 3 tipos de perfeccionismo:
A. Perfeccionismo asociado a uno mismo
La persona procura marcarse objetivos prácticamente
imposibles de alcanzar. Busca la propia perfección. Se impone a sí mismo
unos objetivos inasumibles y se acompañan de una intensa autocrítica, unas
serias dificultades para aceptar los errores y si se combinan con momentos
vitales negativos puede desarrollar algún trastorno como la depresión o
sentimientos de frustración.
B. Perfeccionismo asociado a los demás
La persona exige a los demás, exige unos estándares
demasiado altos y necesita que los demás sean perfectos. De hecho,
impone unos estándares tan altos que tiene muchas dificultades para delegar
tareas en los demás, pues el rendimiento imperfecto de un trabajo francamente
le aterra. Se trata de un perfeccionismo asociado a problemas de irritabilidad
y al estrés interpersonal.
C. Perfeccionismo prescrito socialmente
La persona cree que los demás esperan de él que sea
perfecto. Considera que los demás tienen unas expectativas que, aunque sean
inalcanzables, debe aceptarlas y hacerlas suyas. Se mueve por la necesidad
de agradar a los demás y cae en esta trampa mental, llegando a la
conclusión que, si cumple con lo esperado, obtendrá la ansiada aprobación. En
este caso, se ve que la persona no se impone a sí mismo los altos estándares,
sino que supone que vienen impuestos desde fuera. Este tipo de perfeccionismo
puede vincularse a sentimientos de rabia, sobre todo contra aquellos que
imponen en teoría las inalcanzables expectativas, depresión por el hecho de
nunca ser suficiente válido, o ansiedad social por el miedo a ser juzgado
duramente.
En definitiva, no es lo mismo desear unos estándares
adecuadamente altos que mantener creencias perfeccionistas que incluso
dañan nuestra propia salud. ¿Pero dónde está la línea que permite distinguir
entre un deseo sano y una necesidad “enfermiza”? La respuesta es que no hay un
límite claro, pero podemos sostener que:
1. Los perfeccionistas suelen tener unos estándares y unas expectativas exageradas, difíciles de cumplir o simplemente imposibles de satisfacer
2. Tener unas expectativas elevadas es verdaderamente útil, nos ayuda a progresar, pero el perfeccionismo exige tanto, nos hace anhela estándares tan increíbles, que acaba perjudicando el rendimiento
3. El perfeccionismo se ve involucrado en problemas de depresión y ansiedad
No hay comentarios:
Publicar un comentario