lunes, 31 de agosto de 2020

¿Eres una persona perfeccionista? ¿De qué tipo?


 ¿Quién no ha sentido el deseo de mejorar su rendimiento? ¿Quién no ha escuchado un discurso sobre lo importante que es el esfuerzo en este mundo?

Antes de nacer ya se espera de nosotros que seamos alguien en la vida, antes de nacer ya esperan unos logros. De pequeños ya crecemos acostumbrados a pasar por constantes evaluaciones y correcciones, por ejemplo, en casa y en el colegio. Al crecer siguen las críticas y las recompensas y puede llegar el día en que la presión de rendir más y mejor no venga solo del exterior, si no de nosotros mismos. Uno al final aprende que, para tener la aprobación del entorno, debe conseguir unos mínimos y pobre de nosotros cometer errores. Y esto es un hecho, cuando somos adultos también se nos demandan unos estándares que cumplir, y si podemos sobrepasarlos es como nuestra obligación hacerlo.

No obstante, también disfrutamos y sentimos una satisfacción personal inmensa cuando superamos verdaderos retos. ¿Eso es malo? ¿Es el deseo de superación, de incrementar el rendimiento, de crecer laboralmente, de cumplir estándares nobles, un problema de perfeccionismo? Veámoslo.

El perfeccionismo se puede definir como una disposición a tratar aquello que no es perfecto como algo totalmente inaceptable. Hablamos de perfeccionismo cuando los estándares se ven completamente alejados de la razón, o sencillamente no son alcanzables, y la persona actúa compulsivamente, para lograr esas metas imposibles.

Existen 3 tipos de perfeccionismo:

A.     Perfeccionismo asociado a uno mismo

La persona procura marcarse objetivos prácticamente imposibles de alcanzar. Busca la propia perfección. Se impone a sí mismo unos objetivos inasumibles y se acompañan de una intensa autocrítica, unas serias dificultades para aceptar los errores y si se combinan con momentos vitales negativos puede desarrollar algún trastorno como la depresión o sentimientos de frustración.

B.     Perfeccionismo asociado a los demás

La persona exige a los demás, exige unos estándares demasiado altos y necesita que los demás sean perfectos. De hecho, impone unos estándares tan altos que tiene muchas dificultades para delegar tareas en los demás, pues el rendimiento imperfecto de un trabajo francamente le aterra. Se trata de un perfeccionismo asociado a problemas de irritabilidad y al estrés interpersonal.

C.      Perfeccionismo prescrito socialmente

La persona cree que los demás esperan de él que sea perfecto. Considera que los demás tienen unas expectativas que, aunque sean inalcanzables, debe aceptarlas y hacerlas suyas. Se mueve por la necesidad de agradar a los demás y cae en esta trampa mental, llegando a la conclusión que, si cumple con lo esperado, obtendrá la ansiada aprobación. En este caso, se ve que la persona no se impone a sí mismo los altos estándares, sino que supone que vienen impuestos desde fuera. Este tipo de perfeccionismo puede vincularse a sentimientos de rabia, sobre todo contra aquellos que imponen en teoría las inalcanzables expectativas, depresión por el hecho de nunca ser suficiente válido, o ansiedad social por el miedo a ser juzgado duramente.

En definitiva, no es lo mismo desear unos estándares adecuadamente altos que mantener creencias perfeccionistas que incluso dañan nuestra propia salud. ¿Pero dónde está la línea que permite distinguir entre un deseo sano y una necesidad “enfermiza”? La respuesta es que no hay un límite claro, pero podemos sostener que:

1.     Los perfeccionistas suelen tener unos estándares y unas expectativas exageradas, difíciles de cumplir o simplemente imposibles de satisfacer

2.     Tener unas expectativas elevadas es verdaderamente útil, nos ayuda a progresar, pero el perfeccionismo exige tanto, nos hace anhela estándares tan increíbles, que acaba perjudicando el rendimiento

3.      El perfeccionismo se ve involucrado en problemas de depresión y ansiedad

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