Cada persona es única, y tiene su manera de encajar los
reveses de la vida. No obstante, se pueden valorar algunas cuestiones a la hora
de tratar la pérdida de un ser querido. Para ello, es importante diferenciar 3
momentos.
A. Antes de la pérdida
En la medida de lo posible, consistiría en prepararse pare
recibir el fallecimiento del ser querido. En este sentido, suele ser útil encontrar
momentos para hablar en un nivel emocional y práctico sobre el asunto, como
pueden ser los temas económicos y la nueva asignación de tareas de cara al
futuro.
B. Poco después de la pérdida
En este punto, es importante reflexionar si la persona
quiere ver o no el cuerpo del ser fallecido, ya que puede resultar para
algunos una imagen muy dura. Entonces, hay que sopesar si esa forma de decirle
adiós es la más adecuada o si por el contrario contribuiría en aumentar las
lamentaciones del doliente.
En el caso de los niños, es necesario ser prudentes y
no dejarse llevar por creencias religiosas familiares que dificulten o puedan
dificultar su posterior adaptación a los hechos. Frases como “nos ha dejado
para subir al cielo”, pueden crear y potenciar los sentimientos de abandono.
C. Días, semanas y meses después de la pérdida
La pérdida de un ser querido es un evento estresante, y por
esa razón es recomendable no llevar a cabo grandes cambios poco tiempo
después. Si la persona puede posponer la realización de estos cambios,
mejor. Si por el contrario son cambios forzados, se pondrá a prueba su
resiliencia, y aún tiene posibilidades de adaptarse a las nuevas condiciones.
Sin embargo y, en definitiva, las tragedias son más manejables si vienen de
una en una.
Después de la pérdida, es esencial no descuidarse a uno
mismo, mantenerse en forma mediante el ejercicio, nutrirse, tener tiempo
para descansar y dormir lo suficiente.
En estos momentos, vale la pena mantener el contacto con
los demás seres queridos, amigos y familiares, que sean un suporte
afectivo, en parte con la finalidad de evitar los sentimientos de soledad
no deseada y el aislamiento social. Compartir los sentimientos y los
pensamientos puede ser de gran ayuda, no soluciona la pérdida, pero alivia.
Además, es posible que otros miembros de la familia, gente cercana,
experimenten también dificultades para integrar el fallecimiento del ser
querido. El hecho de compartir puede ser de utilidad para todos.
Una estrategia dañina para afrontar la pérdida y que por tanto
se debe descartar, es el consumo desmedido de alcohol. No hay que olvidar
que las penas no se ahogan, alcoholizarse no resulta útil a largo plazo,
facilita los estados depresivos y la incapacidad para gestionar las
dificultades de la vida.
Y, por último, ¿Qué hacer con las posesiones del ser
querido, por ejemplo, con su ropa? Es de gran utilidad arreglar todo este
asunto, con todos los respetos del mundo y al ritmo que la persona pueda
tolerar, pedir ayuda si resulta necesario, pues se trata de un tema sentimental
y material difícil de abordar.
Si, aun así, y después de unas semanas, la persona
mantiene preocupaciones sobre cómo se siente o incluso empeora, es aconsejable
buscar atención psicológica especializada.
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